Salir de la ciudad es algo que me gusta, y no me importa si al pisar su frontera me dirijo hacia el mar o hacia el monte. Ambas opciones me entusiasman, como tambien me entusiasma vivir en mi ciudad (una cosa no quita la otra). Esta vez, el azul ganó al verde y mis pasos se dirigieron hacia la costa. El olor a mar, la tranquilidad de principios de septiembre (que nada tienen que ver con los abarrotados dias de agosto) la calma y la felicidad de olvidar el reloj en el fondo del bolsillo de la maleta, me han recargado las pilas.
No he disfrutado todo lo que quisiera de este tiempo...habia que arreglar algunas cosas para que esto fuera el principio de algo, así que tampoco me preocupa. Fuí y volví, pero está todo preparado para volver a ir en cualquier momento
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